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Diciembre en la guerra

  • Foto del escritor: Marvin Galeas
    Marvin Galeas
  • 6 dic 2019
  • 3 Min. de lectura

Es definitivo: diciembre tiene magia.. Es que es el mes cuando se celebra el nacimiento de Jesús, el hombre que partió la historia en dos, argumento que es contundente incluso para los no cristianos. También es el mes cuando finaliza el año, lo cual produce una sensación de un delicioso borrón y cuenta nueva.

En este mes el día es más brillante, la noche más estrellada y el clima más fresco. Los cerros a lo lejos, los jardines de las casas y la maleza en cualquier lado dejan de ser verdes pero todavía no están secos del todo, por lo cual adquieren un precioso tono pastel de transición al verano pleno. Los niños no van a la escuela. En las empresas se hacen emotivas declaraciones en sus respectivas fiestas en las que se reafirma que “somos una gran familia”. Se prende un lucerío por todos lados.

Algunas cosas ya no parecen tan preocupantes como antes. Se recupera un buen pucho de optimismo perdido ante la situación. El trabajo cotidiano se hace con estilos más relajados y hasta las reuniones de oficina tienen un aire de informalidad. Se descubren nuevos vecinos que han estado allí durante meses. Hasta se soslayan odios y se reafirman amores.

Atrás quedó ese gran lunes de enero y sus ingratos gastos, la incertidumbres de febrero y marzo; los días grises y tensos de los junios y julios; las malas noticias de los últimos meses de invierno y sus tragedias naturales. Y aunque cada año parezca una copia al carbón del anterior, hay siempre una esperanza en diciembre de que el próximo será siempre mejor.

Recuerdo de un lejano diciembre: mi mamá comprando a última hora en aquel viejo centro de San Salvador los regalos de Navidad. La acompañaba un niño flaco y orejón vestido con traje de doctor Kildare, que había culminado primer grado, por lo que orgulloso leía en una vitrina de almacén, Feliz 1964. Y ese niño, que era yo, se pondría melancólico 18 años después, cuando pasó su primera Navidad en el frente de guerra.

Si, fue en diciembre de 1982. Y era el mismo cielo azulísimo de siempre, el mismo vientecito oloroso y, lo más sorprendente, el mismo espíritu alegre y solidario de siempre en la gente, sólo que esta vez en el corazón de la guerra. Había una tregua no pactada entre los bandos. Las muchachas guerrilleras se ponían más bonitas y en las rigurosas dietas de frijol, sal y tortilla, comenzaron a aparecer uno que otro huevito frito y hasta un milagroso pedacito de pan dulce.

Maravilla, Marianita Chicas y yo pedimos permiso para ir al Zapotal, un cantón ubicado como a dos kilómetros de Joateca, donde, contrario a la Guacamaya, hay abundantes árboles frutales. Pasamos, al mediodía, bañándonos en el río Sapo. Marianita, nacida y crecida en la capital mexicana demostró sus dotes de excelente nadadora. Después nos sentamos a la orilla del río a contar anécdotas de nuestras navidades.

Llegamos al caer la tarde a una casa que servía de lugar de ensayo para los Torogoces de Morazán. Y allí estaban ellos. Felipe, Sebastián y Arturo, acordeón, violín y maracas, respectivamente, acuerpados por un bajo enorme, guitarra, cencerro y tumbadora cantaban con más entusiasmo que entonación: “Aquellos diciembres, aquellos diciembres, aquellos diciembres, que nunca volverán”.

Y entonces el pecho se me volvió un pozo de melancolías y recuerdos. Visitó la memoria aquel diciembre del 64 agarrado de la mano de Raquelita, la de los ojos miel. Y después los torogoces cantaron aquella otra que dice “oh qué triste es andar por el mundo, sin oír una voz cariñosa que diga amorosa, llegó Na- vidad”, y entonces si que se me anudó la garganta. Faltaban muchos diciembres y mucha guerra todavía.

Han pasado tanto tiempo desde ese entonces. Extrañamente las cosas se han invertido. Aquel primer diciembre en guerra me hizo recordar una Navidad en paz. Ahora estas navidades en paz, me hacen recordar aquel diciembre en la guerra. Y lo recuerdo porque ese día tuve la certeza de que viviría y que volvería a celebrar la Navidad en familia, pero con la larga ausencia de Raquel, a quien ya no volví a ver.



 
 
 

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©2019 por Memorias en la web de Marvin Galeas.

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