La maestría de Mirza
- Marvin Galeas
- 28 feb 2020
- 3 Min. de lectura
El solo hecho de que haya optado por un bachillerato matemático me hizo respetarle. Eran tiempos (no sé si todavía lo son) cuando la mayoría optábamos por las humanidades, pero sólo como una forma honrosa para evadir los terribles polinomios, las engorrosas ecuaciones y los siempre mal encarados números quebrados. Disfrutando, casi con placer masoquista digo yo, hacer ejercicios de álgebra en los cuales llenaba mucho papel con números, consonantes, símbolos exponenciales, raíces cuadradas, logaritmos, si y solo si, para concluir en que la respuesta era -1 (tanto esfuerzo para tan miserable respuesta, digo yo), logró graduarse como la mejor bachiller de su promoción en su colegio y colarse entre las tres primeras a nivel nacional. Pero Sandra, como muchísimos de mi generación, fue seducida por la utopía y se fue a guerrear y deshacer entuertos para lograr un mundo mejor. Morena clara, más bien alta, delgada, nariz perfecta y una forma de mirar cercana a la melancolía, se entregó con pasión y disciplina a tan alto ideal. No le tocó combatir, pero pasó durísimas pruebas en delicadas misiones de otro tipo. Desplegó una impresionante capacidad de trabajo con una sincera modestia, literalmente a prueba de bombas. Cuando todo pasó, casi 15 años después de su partida, regresó como se había ido. Sin nada. Se alejó discreta y silenciosa de la organización a la que se había entregado con pasión de adolescente e ilusiones de sonrisas y felicidades colectivas. Mientras, ya en la pos guerra otros canjeaban utopías por escaños legislativos y puestos en oenegés, Sandra se dedicó a construir, de la nada, un hogar con su compañero y sus dos hijas. Nunca pidió ni esperó nada de nadie por lo vivido y hecho en esos años. Así es ella. El descomunal esfuerzo no terminó en ríos de leche y miel y menos en el paraíso. Pero Sandra no se hizo mala sangre por eso. Regresó a un viejo amor: las matemáticas y la academia. Y aunque ya no era una adolescente, sino una esposa, madre de dos niñas y con casi todo por hacer en cuanto al hogar, se matriculó en una universidad (dicen que es la mejor). Y como casi por iniciar su primer ciclo se embarazó por tercera vez, decidió sacar un título menos complicado que una licenciatura: técnico en administración financiera. Iba, después de su trabajo en una oficina y de los quehaceres hogareños, a las clases nocturnas. Para el segundo ciclo, el vientre era enorme. Apenas tuvo tiempo para dar a luz en diciembre y se volvió a matricular en enero para el tercer ciclo. Se graduó, pero hizo lo que yo ya sospechaba: continuó con la licenciatura. Con el enredo de las equivalencias y el cambio de carrera, estudió varias asignaturas más de la cuenta, lo que le valieron para terminar también la carrera de técnico en mercadeo. En el ínterin dedicó los sábados por la mañana a perfeccionar el dominio del idioma inglés. Pasó dos años en esas hasta que también obtuvo la licenciatura. No sé cómo hizo, pero siempre tuvo tiempo para cuidar las niñas, mantener la casa, iniciar con su compañero aventuras empresariales: una empresita de fotocopias y levantado de textos, una escuela de idiomas, una empresa de comunicaciones y, al final, una consultora. Descansó un poco y se lanzó a la aventura de la maestría. Trabajando desde muy temprano en la mañana, estudiando hasta muy tarde por la noche, educando de manera admirable a sus tres hijas, edificando su hogar palmo a palmo y defendiéndolo a capa y espada, contra viento y marea, alejada de los juegos políticos y con la mirada hacia delante, Sandra vio pasar poco más de una década. Me parece que esa frenética actividad la mantiene siempre joven en cuerpo y espíritu. Ya cuando estaba terminando su último año de maestría, su niña mayor inició su primer año universitario. Cuando la niña salía de clases, en la misma universidad, Sandra entraba. Hace casi dos décadas fue su último día de maestría. Estaba nerviosa, porque el último examen y el último trabajo del proceso de graduación fueron particularmente duros. El martes le avisaron que había obtenido buena nota. Se graduará de su cuarta carrera universitaria a principios del próximo año. Como una alpinista, no es el título, para ella, lo importante, sino lo que disfrutó y aprendió en el ascenso y la plena satisfacción de llegar a cada cima. Sin amarguras por el pasado, sin la excusa de provenir de un hogar disfuncional, la edad, o de tener tres hijas, o el trabajo en la oficina o la falta de recursos económicos, sino más bien con optimismo logró las metas que se propuso. Esta extraordinaria mujer es una permanente inspiración para mí, porque es mi socia en el trabajo, mi mejor amiga y consejera, mi esposa y la mamá de mis hijas. Felicidades por tu maestría, Sandra.

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